Hablar demasiado
Dicen que tengo mucho palique y que es por que soy periodista. Que cuando empiezo ya no hay quien me pare. Y lo curioso del caso es que cuando estoy sola (lo que sucede habitualmente por las tardes y durante varias horas seguidas) no echo de menos el contacto de la palabra; no descuelgo desesperada el teléfono para hablar con el primero que pase por mi mente, ni debato con las plantas (las pocas que no se me mueren) sobre las últimas subidas del Euribor.
Me conformo con internet, un buen libro, escribir, prepararme una buena rebanada de pan con nocilla, en fin haciendo ese tipo de cosas sencillas que nos dejan buen sabor de boca y apenas noto la ausencia del calor de una voz al otro lado.
Pero cuando alguien me llama para preguntarme qué tal me va, más vale que tenga tiempo para escuchar mi respuesta. Doy detalles que juraría desconocer hasta el mismo instante en que las pronuncio.
El tiempo desaparece y soy incapaz de poner límites a mi verborrea. Tanto es así que ya hay amigos que al llamarme lo primero que me sueltan es "Tienes cinco minutos". Y ya me veis a mi intentando resumir, cortar y pegar en mi mente los pensamientos para no pasarme ni un segundo del tiempo concedido.
El otro día tuve que defender telefónicamente un proyecto de postgrado que acabé a principios de septiembre. Pues bien, la prueba debía realizarse a lo largo de 15 minutos, tiempo más que suficiente, según la UOC, para demostrar que el proyecto era válido y que lo había realizado yo. Y lo habría cumplido de no ser por un pequeño detalle que lo hizo imposible: me pusieron la última de la lista. Resultado: me alargué tres cuartos de hora más de lo estipulado y de no ser por los avisos de la examinadora (pobre Andrea!!!) hubiera seguido por hasta infinito.
En mi defensa debo decir que al final, más que exámen parecía una charla entre amigas que comentaban temas varios sobre la profesión. Y claro, yo encantada. Dadme un tema, una excusa, un pie y os construiré una historia, una coartada, todo el cuerpo humano.
Yo no lo vivo como un problema, pero ver a mis interlocutores de turno ponerse verdes me está llevando a pensar que igual debería poner en práctica alguna terapia de control. ¿Conocen alguna?
Mientras la encuentro, seguiré soñando con charlas sin límite en las que puedo pasarme horas y horas seguidas contando el perquè de tot plegat, que diría Monzó. Igual debería hacerme conferenciante. Sería el trabajo perfecto, ¿no creen?
30 septiembre 2007
Publicado por Carmen Salas en 6:52 p. m.
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2 comentarios:
Chata, creo que a mi me pasa igual. Dame un excusa y te arrepentirás jajaja.
Ah, yo también me preparo galletas con nocilla, qué vicio!
Carmencita: realmente no creo que debas buscar una terapia para remediar tu "supuesto" problema, porque no tienes un problema. Un problema existe cuando, por alguna razón, nos hace mal o tiene algún efecto negativo sobre nosotros. Y no es el caso, por tanto, no existe un problema para encarar con alguna terapia (la que sea). Finalmente, te sugiero tomártelo con calma porque, al menos a mí, me parece una cualidad excelente la de comunicarse. Si a alguien le molesta, en tal caso, que lo resuelva el afectado y (como decimos en Uruguay) ¡que se joda! Besos. Su
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