08 mayo 2007


Zapatos nuevos

El año pasado me compré un par de zapatos nuevos. Eso no tiene nada de novedoso en mi caso, ya que hace años que oposito para ocupar el puesto que dejó vacante Imelda Marcos y rara es la temporada que no me compro más de los que necesito.
Lo interesante es que decidí invertir en mis pies con la cabeza, pensando en lo que más le convenían a mis atormentados pies para mejorar su calidad de vida, y dejando de lado los, a veces crueles, dictados de la moda.

Me obligué a recordar aquellas frases que me decía mi madre cuando era ella la encargada de comprármelo todo: "Lo importante es que sean de piel, cómodos y resistentes". Vamos, como si tuvieran que durarme toda la vida. Supongo que por eso, desde que empecé a decidir por mi misma, me hice con una buena colección de zapatos de todo tipo y más bien de escaso precio: sandalias, bambas, zapatillas, zapatos, de tiras, con tacón, sin tacón, cerrados, abiertos, con cordones, con cremallera, negros, blancos, rojos, verdes, azules..., y así seguí hasta que empezaron a dolerme los pies y tuve que asumir que las durezas y las protuberancias que salían de mis dedos "gordos" no los tenía desde pequeña.
"Me cachis -me dije- ha llegado la hora de dar un paso hacia la madurez" y así fue como un día entré en una zapatería de las, digamos, serias.

Debo decir que, después de tantos años de ausencia, me sorprendió que el panorama hubiera mejorado tanto y que ya no hubiera que traumatizarse por fuera para ir cómoda por dentro.

Estuve como una hora probándome varios modelos antes de quedarme con unas sandalias de color cobre. Supe que iban a ser caros cuando la dependienta me ofreció los dos zapatos para probar "cómo me sentía con ellos". El izquierdo me quedaba ligeramente más estrecho que el derecho y eso sorprendió mucho a la vendedora porque por lo visto el diestro es, por lo general, un poco más grande. En cualquier caso, ese hecho hizo que desistiera en el empeño de hacerme con ellos. Además, todo el mundo sabe que con el uso ceden un poco. Ante la alegría desbordante de la comercial, saqué mi tarjeta de crédito y dejé que después me acompañara a la puerta para despedirme con una enorme sonrisa.

Durante la primera semana me los pusé hasta al salir de la ducha, y continué notando esa pequeña tirantez en mis dedos, cosa que ya empezó a molestarme porque, que te pase eso con unos zapatos de 20 euros pase, pero es inaceptable cuando la cifra ronda los 100.

El caso es que acudí a la tienda para comentar el problema con la atenta dependienta, pero ella ya no se acordaba de mi y sus atentas palabras "Vuelva si tiene cualquier problema" también resultaron caducas. Se negó a atender mi problema y comenzó a dudar de mi pie: "Al zapato no le pasaba nada, en todo caso el problema será suyo".
Discutimos durante media hora larga y al final me acompañó nuevamente a la puerta de la tienda, esta vez no tan amablemente y no sin antes recomendarme que visitara al podólogo.

De camino de vuelta a casa aquellos maravillosos zapatos empezaron a producirme tal rechazo que los metí en la caja y los guardé en el altillo para no verlos durante muuuucho tiempo. Y así fue hasta ayer.

Mientras hacía el cambio de ropa y complementos de temporada me reencontré con ellos. Abrí la caja, los observé con una mezcla de nostalgia y pena por lo que pudo haber sido y no pudo ser, en especial el zapato izquierdo. Lo cogí entre mis manos sin atreverme a probármelo de nuevo. Justo antes de volver a depositarlo en la caja lo giré ligeramente para admirar aquel estupendo y original medio tacón y reparé en un detalle, en el número que aparecía en la suela, y justo entonces lo entendí todo. El seis. Mi número de la suerte. Lástima que yo gaste un siete.


La imagen es original de www.educar.org/inventos/calzado.asp

2 comentarios:

Luciérnago dijo...

Me ha gustado mucho la anécdota de los zapatos y la sorpresa final. Tienes que publicar más a menudo. Lo haces muy bien. Historias cortas pero intensas y muy bien explicadas. Además has mejorado el aspecto del blog. Pero si no vas aportando temas, el interés de tus lectores puede decrecer. ¡Ánimo!

Carmen Salas dijo...

Gracias por los ánimos y me encanta saber que te lo pasas bien leyéndome. Intentaré que no pase tanto tiempo entre historia e historia.