18 febrero 2008


Adolescencia huérfana

Así me sentí el lunes pasado, cuando recibí la noticia: "Mari, Cristina ha muerto". Sí, la Mari soy yo (aunque en esos momentos me hubiera gustado no serlo); realmente lo fui hace muchos años, los años del cole en los que las amigas (Cristina entre ellas) me llamaban así: Mari o La Mari, y los chicos y sus padres la Salas.

Los escuché de nuevo en los pasillos del tanatorio de Collserola cuando, aún sin rehacerme de la noticia, acudí a despedirme de ella. Cuando llegamos y pregunté en información di su nombre para saber la sala a la que debíamos acudir, deseé que la recepcionista me dijera que debía haber un error, que allí no había ninguna Cristina Gea registrada. Pero no, la realidad se impuso y casi sin levantar los ojos del ordenador sentenció: "La número 16".

Cristina. Nuestra dulce, risueña y atrevida Cristina... Todo era posible para ella. Siempre dispuesta para la acción. Nunca la vi con miedo a nada. Siempre hacia adelante. Disfrutando de la vida al 100%. Nadie daba crédito. Después de saltarse hace seis años un cáncer de estómago brutal todos creímos que había conseguido arrancarle a esa cruel enfermedad algo de inmortalidad. Y ya no os cuento cuando a los tres años de superarlo nos dijo que se había vuelto a quedar embarazada. ¿Podía después de la quimio?, nos preguntamos todos. No conozco más casos, pero siempre escuché decir que no se podía. Ella sí. Como siempre, hacía lo que se proponía, como buena maña, y siempre sin perder la sonrisa de los labios.
Y así vivió feliz e ilusionada, exprimiendo a la vida todo su jugo ("no hay tiempo que perder, me faltan horas", se le escuchaba decir) hasta hace apenas unas semanas. Momento en el que el tiempo pisó el acelerador y se la llevó sin saber bien lo que estaba pasando.

En el responso (sin flores, sin misas, ella huía de todo eso), una mujer que no la conocía de nada nos dedicó a todos los presentes un extensa y amable carta descriptiva de cómo era Cristina, de lo que le gustaba y de lo que no, de cómo quería a sus hijos (Luna de 8 y Moisés de 3) y de cómo vivió su vida como quiso. Y sí, sus palabras, dictadas por los recuerdos de los que más la quisieron, eran ciertas, pero yo necesitaba también decirle unas palabras propias, que Cristina era mucho más que eso, que era una luchadora incansable, una mujer que no merecía irse tan pronto. Que ha sido una gran putada su marcha. Que nos ha dejado huérfanos a nosotros también. A sus amigos.

La Mari
La imagen aparece en elblogdelamanzana.blogspot.com

2 comentarios:

Luciérnago dijo...

No por topicazo, menos doloroso. Pero antes celebrábamos casa nueva, boda e hijos, en el orden que fuera. Y ahora nos tocan las despedidas eternas sin mensaje de respuesta y con un gran desconcierto. Un beso.

Anónimo dijo...

Menudo puto invierno... a ver si la primavera nos trae un poco de alegría que a mi también me hace falta.
Siento que hayas tenido que escribir este post.
Un beso