18 noviembre 2007


Confesiones de una monja callista

Así se tituta el relato breve que escribí hace siete años que he recuperado por casualidad hace unos días.

- "No me siento los pies", dijo don Aurelio cuando sor Inés hubo acabado.

- Eso es de la circulación, hombre de Dios, no se queje tanto y salte un poco para que la sangre vuelva a correr a su gusto.

El hombre hizo el intento de alzar una pierna, pero le entró tal temblor que tuvo que agarrarse a la camilla para no caer al suelo. Sor Inés le recriminó con la mirada su torpeza mientras limpiaba las tijeras. Al ver que no podía hacer nada para acelerar la salida del octogenario de la habitación, decidió darle conversación.

- Don Aurelio, la próxima semana dígale a su hija que el traiga a última hora, que no hace falta madrugar tanto. Ahora tengo mucho trabajo y, total, tampoco le quedan muchas carreras por dar ¿verdad?.

- Lo siento hermana, ya se lo he dicho muchas veces, pero no me hace caso. Dice que conmigo en casa no puede hacer nada y que el rato que paso aquí es cuando descansa un poco.

- Lola siempre fue de armas tomar y tú no le supiste cortar las alas a tiempo. Ya ves cuál ha sido el resultado. Embarazada a los dieciséis, sin marido que la gobierne y ahora adicta al bingo. ¿Cuántas veces te dije que me la trajeras al convento? Y tú, con la tontería esa de que la Iglesia oprime las voluntades del pueblo, la echaste a perder.

- Si su madre hubiera vivido un poco más... - se lamentó el anciano.

- ¡Y las que tenías cerca las rechazaste! Porque mira que hay hermanas en el convento que hubieran podido hacer de ella toda una señorita o, quién sabe si hubiera sentido la llamada del Señor...

- ¡Antes muerto que con una hija monja! - gritó don Aurelio.

Sor Inés se sorprendió por la fuerza con al que hizo aquella declaración de principios y decidió no remover más el pasado ya que el dinero del anciano le iba a venir muy bien para redondear su presupuesto vacacional.

- Bueno haya paz. ¿No vamos a discutir por algo que ya no tiene solución, no? - dijo la monja con una sonrisa forzada al tiempo que contaba los billetes que le acababa de entregar su cliente.

- Con Dios, madre y, por cierto, no me espere la semana que viene.

- Mira que eres rencoroso, Aurelio - dijo la religiosa contrariada por aquella inesperada respuesta. Tres años acudiendo puntualmente uy ahora por un pequeño malentendido me vas a dejar.

Sor Inés pensó en Marbella y en el convento donde pensaba descansar durante dos semanas después de tanto arreglar pies maltrechos. No estaba dispuesta a que el agrio caracter del viejo diera al traste con sus planes y segura de que el mismísimo Padre Creador era quien guiaba sus manos le clavó las tijeras en la espalda.




2 comentarios:

Juan dijo...

Joder, nena, que final!

Carmen Salas dijo...

Ya te digo que las "matan" callando, je, je.